Vengo de una línea de mujeres…
Vengo de una línea de mujeres duras, valientes, poco cariñosas.
Hoy cumple años mi abuela, la madre de mi madre.
Esta abuela, completamente lúcida que cumple sus 93 años y los recibe peinada de peluquería, tiene muchas cualidades.
Llegó hasta cuarto de escuela rural y con apenas 16 años armó una familia que se mantuvo unida hasta el día que mi abuelo partió de este plano.
Entró a trabajar por sus propios méritos en un banco en tiempos en que pocas mujeres trabajaban. Fue la que tomó las grandes decisiones, como la casa que nos reunió a todos tantos años. O las ayudas económicas a los hijos cuando la necesitaron.
Dio a cada uno de nosotros lo que supo y pudo. No un abrazo, un beso o un qué necesitás, un estás bien, o un te quiero mucho. Pero… nos juntaba cada domingo alrededor de la mesa, y cocinaba las albóndigas más deliciosas que comí en mi vida. Y las tortas de durazno cuya fama iba más allá de la familia. A veces el amor entra por la panza. Incluso cuando hay poco y se inventaba el dinero que no había para llenar tantas bocas.
Alguien me decía en un comentario de la página hace unos días que damos lo que podemos. Y hoy me doy cuenta que de eso se trató.
A ella nadie la mimó. Nadie le enseñó a ser amorosa. No la abrazaron. No vi a nadie animarse a hacerle un gesto de cariño, porque todos, sin excepción, le teníamos miedo.
En mi familia matriarcal, de mujeres fuertes, ella es la reina madre. La que nos heredó, quisiéramos o no, la fortaleza, la disciplina, la generosidad, la capacidad de trabajo. También la lengua, rápida e implacable. Dice mi madre que ella es igual. Y yo, que soy igual a ellas. Como no…
No fue una abuela de cuentos de hadas, pero celebro ser su nieta. Porque sus buenas cualidades, esas que transmitió sin saberlo, me mantuvieron viva. Y las otras las tuve que ver en mí misma, pulirlas, domarlas.
Quizás por eso, por encima de tiempo y circunstancia, cada vez que veo a mi hija, lo primero que hago es abrazarla, apretujarla y decirle algo cariñoso. Porque el amor que no se recibió podemos aprender a darlo. Esa es nuestra oportunidad… trascender lo que nos tocó recibir, para elegir lo que queremos dar.
Si mi regalo se pudiera empaquetar, yo pondría en una caja, una infancia amorosa para ella. Un matrimonio feliz, una familia política que la quisiera desde el vamos. Una seguridad y una autoestima que le permitieran no tener miedo, no volverse dura e implacable para sobrevivir. Y miles y miles de abrazos, que la llenaran de alegría de vida y de sentirse querida.
Allá van con todo mi amor. Porque finalmente comprendí que damos lo que podemos…y celebro su vida, celebro su día…
A todas las mujeres del mundo que tuvimos que cubrirnos con una coraza para sobrevivir, nos regalo mucho, mucho amor. Y darnos cuenta que la vida es una sola, pasa rápido y amar y que nos amen es lo único que da sentido a estar vivos…
Bendiciones!!
Simone Seija Paseyro
Lectora de Registros Akásicos