Blog - Nunca estamos solas

UNA VIEJA MALETA DE SUEÑOS

Comenzó a los 14 años cuando mi tía abuela me regaló el primer diario para escribir lo que sentía.
Terminó un día de tormenta en la playa Malvín, veinte años después en el momento en que tiré al mar la valija antigua de recuerdos que me había acompañado todos esos años.

En ese primer diario estaba lo complejo de crecer. De estudiar en un lugar que me era tan adverso, donde ni siquiera el francés que me gustaba tanto, era suficiente para ser una buena razón de sufrir tanto. De entender que era hija de un matrimonio que no se llevaba bien. De una madre que sufría, apretaba los dientes y tiraba para adelante, y un padre que escribía cómo los dioses y mentía más que un jugador de truco. Ese primer diario era una olla candente de incomprensiones, reflexiones y deseos truncos.

Luego comenzó a hacerse la luz. Los primeros amores. Las entradas a los recitales, al cine, al teatro, las rosas que se secaron en los libros, las fotos del primer casamiento, las de mi hija cuando nació. Los cuadernos que dieron paso al diario y contaban la primer gran historia de amor, las dudas, los miedos, el éxtasis de querer tanto que cortaba la respiración.

Y luego comenzaron las mudanzas: de la casa familiar al apartamento minúsculo que compartimos con mi madre después que se divorció, luego a su casa de casada en segundas nupcias, y vuelta al apartamento minúsculo cuando quedé embarazada, y al fondo de la casa de mis ex suegros y al apartamento sin un solo adorno en el que viví divorciada los primeros años, y finalmente al edificio donde estoy hoy, en que me mudé internamente de un 2 cero algo, a otro dos cero algo.

Conmigo la valija de los recuerdos. Se sumaron las fotos del segundo casamiento, las fotos robadas al tiempo en que estuve con mi hija, las de mi tercer matrimonio, y sentir que el dolor de no poder estar con ella no lo compensaba nada.

Esa tarde abrí la valija antigua que había venido después del diario, y cuando la caja de zapatos quedó chica. Boletos de ómnibus que marcaban encuentros importantes, servilletas, y miles de páginas escritas. De amores, de dolores, de vida intensa.

Sentí que para tener nuevos recuerdos, limpios, tersos, hojas en blanco para poder escribir, no podía seguir acarreando veinte años en una valija. Apostar a seguir viviendo y aceptar lo que tocaba vivir se conjugaba en presente absoluto. Le pedí al mejor compañero de ruta que tuve que me acompañara y lo hizo, como siempre, sin preguntar. Estando. Apoyando con la mera presencia.

La solté en el mar ese día de tormenta y caí arrodillada en la arena a llorar. Viendo como se abría, se salían las nostalgias, ensuciaban el agua, se enrollaban con las olas.

Quedé vacía. Como me sentía. Y al ir sanando mis partes, lentamente, construí recuerdos nuevos con espacios en blanco de esperanza para completar. Una sola persona sobrevivió a ese naufragio, porque no la pude soltar, pero sí transmutar.

Vaciar para llenar. Amar para continuar. Soltar para volar.

Bendiciones!

Simone Seija Paseyro
Lectora de Registros Akásicos