Tal vez se trate de eso. De recuperar la risa
No sé cocinar. Ni siquiera una Pascualina. Esas me las hace mi madre con notable sacrificio y mucho amor, y sólo porque soy su hija. Una por semana. Y se las agradezco, porque además del hierro que aportan, sé que les pone empeño. Porque vengo de una estirpe de mujeres que guisaron por obligación y olvidaron el placer de poner vida en un plato para otros. El Universo me dio una vástaga que de la mano de su abuela paterna, desde su más tierna infancia, esparció harinas sobre mármoles jugando, y así aprendió que cualquier tarea puede ser gozosa, si se sabe disfrutar haciéndola.
Hace unos años, estuve en una Posada en Praia do Rosa en un curso de entrenamiento en Kabbalah. Una de las actividades que se hacían en comunidad, era poner la mesa para las comidas…y lavar los platos. Nueve mujeres que no se conocían a cargo de lavar los platos, tazas, vasos, cubiertos, de unas 16 personas.
Primera medida, ir a comprar un par de guantes de látex. Segunda, formar duplas. Por supuesto que me puse con mi amiga, para aligerar el trámite. Porque era eso…un trámite. Enojoso. Engorroso. Aburrido. Si nos tocaba el mediodía, nos sacaba tiempo para la playa, si era de noche no nos daba márgen para bajar al pueblo. Si era el desayuno, te volvías vieja enjuagando tazas. Además, mi sobrenombre es “Motri”, puesto en cálido reconocimiento a mi falta de motricidad fina. Con lo cual, la que enjuagaba me devolvía varias veces por sesión alguno de los implementos con las palabras “Seija, por favor!”
Con el paso de los días, se gestaron vínculos, y una fuerte unión entre cinco del grupo se fue consolidando. Y la magia, se dio. La penúltima noche, nadie había tomado el turno, y dos dijeron “Lavamos nosotras”. Las otras tres saltamos, “Todas juntas, va a ser más divertido”.
Entonces se armó aquelarre en la cocina. Canto a capela, baile y no había guitarreada, porque los fregones, esponjas y cacharros no admitían instrumentos de colado. Al ritmo de la canción de los piqueteros, cinco mujeres pisando, llegando y pasando los 40, tomaron por asalto las piletas, y armaron una fiesta sin DJ. “Vamos compañeras, hay que enchufar urgente la manguera, vamo’ a lavar los platos con cariño y usar el detergente como un niño (comuniño!!!)”.
Tal vez se trate de eso. De tomar las obligaciones tal cual vienen, de no cuestionarse tanto quien tiene que hacer qué, cuando y dónde, de establecer el espíritu de un grupo, las ganas de compartir.
Tal vez se trate de eso. De olvidarse del yo, en aras de un nosotros. De disfrutar con lo que nos toca. De animarnos a hacer el ridículo, porque total…a quien le importa. Tal vez se trate de eso. De recuperar la risa. Las cocinas. Los espacios que en un tiempo fueron de obligación, de esclavitud, de sumisión. Para ponerle la impronta que queramos, porque después de todo, tenemos una vida, para darle la forma con nuestras propias manos…
Bendiciones infinitas! Nunca estamos solas!
Simone Seija Paseyro
Lectora de Registros Akásicos