“SUPERMAN, ¿PERDISTE A BATICHICA?”
Fue en Amsterdam. Estaba con mi segundo ex marido haciendo el viaje que habíamos planeado hacer con Micaela para sus nueve años. Pero ella no estaba para hacerlo. E igual viajé.
Ibamos caminando por una calle sin demasiados atractivos cuando los vi. Un par de fabulosos patines. Nada de rollers. Patines. Como los que ella y yo usamos tantas veces en la Plaza de la Conaprole, la misma a la que iba con mi amiga Sandra de niña.
Y me emperré. Traje los patines que pesaban un quintal. En una vana ilusión de apostar a que íbamos a volver a patinar juntas.
Ya en Montevideo, él comenzó a decirme que para qué los había traído. Que tenía que salir a practicar. Que con lo que habían costado y pesado. En fin. Queda claro por qué ese vínculo pasó sin pena ni gloria. No era mala persona. Pero…no entendía.
Salimos a la rambla, yo de short y musculosa. Me los calcé y él me llevaba de la mano. Debían hacer más cuatro años que no patinaba y nunca lo había hecho con ese tipo de suelo.
Así que entre los nervios, la cuesta arriba y la pésima ecuación short/ obreros de los edificios que se estaban construyendo en ese tiempo, mi performance era de película. Algo así como un hombre caminando con una mujer con patines enroscada a su cuerpo para no caerme, intentando avanzar, en el medio de un aluvión de silbidos.
– Por favor Simone. Qué vergüenza. Te pido por favorrr…
Paré, me saqué los benditos patines, y volví caminando por las calles interiores. Nada de pasar frente a las obras con la cabeza gacha.
Pero él volvió por donde habíamos venido, y dice la leyenda que un portador de casco, con esa picardía popular que te saca una sonrisa le largó desde un andamio.
– “Superman, ¿perdiste a Batichica?”
Si. La había perdido en varios sentidos.
No duelar cuando la estamos pasando mal en áreas de la vida, es como ser Batichica …un dibujo animado, no la realidad. Esos patines no me iban a traer a Micaela de vuelta. Y la historia marcó que para nuestro reencuentro, ya ninguna de las dos calzábamos patines y preferíamos compartir otras cosas.
Pero en aquel momento yo no lo sabía. Sólo quería tapar el dolor con evasión. Trastabillando agarrada a otros para poder caminar.
Hasta que entendés que hay que bajarse, parar, caminar sola, encontrarte, y recién después, salir al encuentro de cualquier otro. Con o sin patines…
Bendiciones infinitas! Nunca estamos solas…
Simone Seija Paseyro
Lectora de Registros Akásicos