Blog - Nunca estamos solas

SISSI… SI SI… SIMONE…

Mi amor por Sissi emperatriz es confeso. Comenzó de niña con unos libros mega edulcorados en que me comí con mermelada la historia de amor de ella con Francisco José. Y se convirtió en objeto de estudio cuando fui creciendo, comprando libros de historia, leyendo biografías.

Entonces mi amor por ella se redobló. Sissi se casó a los 16 años por obligación, cambiando una vida sencilla con un padre noble pero bohemio, por el protocolo implacable de Viena y el aliento en la nuca de su suegra Sofía.

Iba contra todas las costumbres de la época: no le interesaba el chusmerío de palacio y prefería comer sola en su cuarto. Hacía gimnasia con aparatos cuando ni se sabían lo que era. Estudiaba griego y otros idiomas. Amaba caminar, viajar… y como la suegra no le dejó criar a los hijos primero cayó en una depresión fortísima y luego decidió no volver a esa jaula de oro que era la vida imperial para ir de un lugar al otro en lo posible de incógnito.

El espíritu de Sissi no está en Viena. Aquí está su dolor… su confesión de que la soledad de su alma era inmensa y que no sabía lo que era un compañero de vida, pero tampoco podía salirse de ese lugar.

Sissi está en Hungría, en el amor de ese pueblo magiar y digno que tuvo que aceptar ser conquistado por la fuerza por la política pero se dejó abrazar por amor, por ella. Hay un puente Sissi sobre el Danubio que la recuerda, mientras que el de Francisco José, pasó a llamarse Libertad.

En cada mujer hay un trozo de Sissi, de deseos de viajar, de volar de la jaula por más de oro que sea, de amar de veras sin convenciones sino desde el corazón. En cada una de las que son diferentes, que no encajan en el molde, que pasan de obligaciones y comentarios de otros hay una Sissi que late. En cada madre a quien le sacan los hijos sea por la razón que sea, hay una Sissi.

Hoy la busqué en sus palacios, pero la encontré en los jardines. Esos que llevan sus mil huellas, entre los árboles indómitos, en su rosedal, en sus cuadros con el pelo suelto que le llegaba a los tobillos. Y en los valses de Strauss hijo que ella protegió y apadrinó llevando un baile popular a las salas más rígidas.

No hay jaula de material alguno que valga… eso me enseñó ella, y hoy por fin se lo pude agradecer.

Bendiciones!

Simone Seija Paseyro
Lectora de Registros Akásicos