Ser quien se es
Ella decía que la mejor edad para una mujer eran los treinta. No se cansaba de repetirlo y me quedó grabado. Era la madre de mi mejor amiga de la infancia.
Mis 30 pasaron volando, viviendo, abriendo, cerrando ciclos, mudándome de casa, de profesión, de marido. Un arrebato de pasiones encontradas, de dolores muy profundos y de amores turbulentos. Con lo cual, al llegar a los 40, fue como ser arrojada de una decena a la otra sin espacio a darme cuenta.
Algunas cosas habían vuelto a su eje, recuperado el contacto con mi hija, encontrado la carrera que amo, trabajando de lo que me gusta, yendo a una facultad que se disfrutó tanto de principio a fin. Permitiéndome enamorarme hasta la médula ósea de alguien tanto más chico que yo y de parentesco lejano. Haciendo horas de patio entre clases con compañeras entre las cuales surgieron entrañables amigas que en esos años eran de compartir estudio y con el tiempo, de compartir vida. Volviéndome a enamorar de alguien tanto mayor que yo, a quien tanto amé y con quien aprendí que sólo con el amor no alcanza.
No tuve miedo a los cambios y exploré las piscinas sin catar la temperatura del agua.
No negué el paso del tiempo, acepté y acepto mi cuerpo, sus pliegues, cada cicatriz, cada imperfección, cada huella de la identidad que abrazo, porque es el que me tocó en esta vida y así tal cual es, lo quiero.
Viví lo que no pude vivir en la primera etapa de mi vida, primero por ser madre joven, luego por situaciones de vida. Con lo cual, cuando llegué a los 40 me dije “Simone, para variar, a seguir viviendo, si se pudiera, con más ganas”.
Me negué a avergonzarme de mi historia, ni a cargar con culpas, pero miré de frente las propias partes que no me conformaban para empezar a trabajar en ellas, y en eso estoy… y seguiré estando, supongo.
Me desentendí de mandatos familiares y sociales que no me representan, y digo lo que siento desde el corazón, con toda la intensidad. Y amo, río, me enojo, gozo, disfruto , vivo sin tibiezas. Porque lo tibio me deja helada.
Acepto mi esencia completa y me rodeo de personas que siento, quiero y paso bien. Porque no hay nada más duro que soportar. Ser soporte. Arrastrar gente y situaciones que ya no se desean.
Olvidé tenerme miedo y acepté que de perfecta no tengo ni la sombra. Ni de sacrificada. Ni de santa. Y tampoco me interesa parecerlo.
Que la vida vaya transcurriendo y la volvamos un recorrido jugoso, pleno y pletórico de sorpresas, abriendo los brazos a lo nuevo, soltando y agradeciendo lo que fue, es lo que le da sentido al tránsito por esta encarnación.
Este es el momento que tengo. Este es el momento que vivo. Este es el momento que sueño. Esta es la que soy.
Prueba a repetir eso varias veces en voz alta, y vas a sentir como todos tus Seres de Luz celebran contigo.
Bendiciones!
Simone Seija Paseyro
Lectora de Registros Akásicos