¿Qué sucede con esa intimidad que empieza a restringirse y empobrecerse? ¿Adónde se va?
Normalizamos.
Los silencios, las pantallas que distraen de la existencia del otro.
Los celulares boca abajo o boca arriba que se iluminan a horas intempestivas y cortan lo sagrado de una cena , o los arrebatos del amor robados al tiempo que no hay en un día de semana.
Normalizamos .
La baja calidad de las conversaciones. Lo rutinario que toma el lugar y se lo va comiendo. Las palabras que informan pero no preguntan. Los informes que informan pero no cuentan. Los sentimientos que se van acomodando por dónde pueden. En las aristas del televisor encendido. En el cansancio supremo.
En el aburrimiento que se enrosca en las cortinas. Por eso en mi casa no hay cortinas. Huelen a sopor enredado en los pliegues de algo que tapa al mundo y me esconde de no sé quien.
Cada vez hablamos menos entre nosotros.
Cada vez quedan más cosas no dichas.
Cada vez aparecen más secretos, que son esos dobleces por donde rescatamos el recuerdo de estar vivas.
Cuando algo se bloquea, y ni siquiera sentimos que se bloqueó, no fluye. No fluye la energía, la voz, el deseo, la risa, las ganas.
Cuando hablar se vuelve compartir problemas, y vencimientos, y cuentas por pagar, y organizar llevadas y traídas de hijos a la escuela. Cuando hablar se vuelve silencio. Y sólo cuando salimos con “parejas amigas” parece que hubiera tema.
Desconfío de las parejas que no salen solas.
Porque salir solos después de años de compartir vida, deja al desnudo lo que hay, y lo que no hay. Lo que se comparte y lo que no. Salir solos después de unas décadas de compartir cama y escaparse a un hotel para recuperar el deseo. Y disfrutar de tomarse un vino, y del espacio entre dos. Es una maravilla. Es la gloria pura.
Cuando una botella de vino pasa tiempo en su lugar sin ser abierta porque no ameritó serlo, es que hay que recuperar esa intimidad restringida y empobrecida. Antes de que se vaya a la casa de al lado, a la cama de enfrente, o tan pero tan hacia adentro, que nunca más se supo al lado de quien una se dormía y se despertaba.
Merecemos amores vivos.
Para todo lo demás, dejáme solita nomás, que me las arreglo joya.
Simone Seija
La Psi que leo Registros Akásicos