Parece tan sencillo pero no lo es…
Parece tan sencillo pero no lo es. Expresar lo que necesitamos. Decir de qué manera queremos vivir tal o cual experiencia. Asegurarnos nuestro espacio.
¿Hay algún momento más exigente y convocante para una mujer que aquel en que estamos pariendo? Creo que no. Y sin embargo, si no nos vamos con cuidado, nos podemos encontrar con una suerte de celebración social al borde de la cama. Que si es lo que queremos, no pasa nada, pero sino…vaya momento para poner los límites.
Micaela nació a las 9 y 27 de una mañana de Navidad, después de tres horas de trabajo de parto. Me sentía como si me hubiera pasado un camión con acoplado por encima. Pero el que se fue a dormir una siesta para recuperarse del nacimiento…fue su padre. Que cuando volvió se dedicó a hacer sociales en la habitación, porque vaya hombre! Que había sido padre y que pasen todos a ver el milagro.
Mientras, yo estaba medio derrengada y saludando comedidamente a todas las amistades. Hasta que llegó el cuadro de voleibol del club Malvín (completo) y le dije “Basta. No entra ni una persona más.” Y se fueron con la pelota a otra parte.
Así comenzó el tiempo de no dormir, no comer, no tener tiempo ni para ir al baño. Y cuando pedía ayuda, que me la sostuviera unos minutos para engullir algo de comida recalentada, la sostenía de cualquier manera, se ponía a llorar la niña y él me decía “No entiendo como podés comer con tu hija en este estado.”
Me pregunto a qué llamamos tiempos modernos, nuevas eras, cambio de paradigmas, igualdad de géneros y un montón de términos tan monos similares, cuando la realidad que veo cada día es una. Son dos los que conciben un hijo pero una quien se hace cargo de él.
Y con suerte si no te encaja a su madre como ayuda sustituta. Entonces el cuadro pos parto queda completo. Igualito que las puertas del infierno.
Qué difícil se nos hace pedir que nos acompañen en las obligaciones. Qué culpables nos sentimos si no podemos con todo. Qué angustia sentir que el cuerpo no responde a ningún deseo sexual cuando te pasás el día entero girando alrededor de un nuevo ser que te necesita completa. Y tú necesitas que el padre con quien lo engendraste te lo sostenga para poder dormir media hora y recordar cómo te llamas.
La naturalidad con que ocupamos ese lugar de ser el piñón de la rueda familiar atravesada por todos sus rayos y miembros es pasmosa. Dejamos nuestras vidas personales, nuestras profesiones, nuestros tiempos propios. Porque trajimos a un nuevo ser al mundo para disfrutarlo y estar con él. Pero…¿es necesario prescindir de tener una vida? ¿O podríamos sencillamente pedir al otro que ocupe el lugar que le corresponde para que los dos podamos seguir existiendo?
Parece fácil pero no lo es. Pedir lo que necesitamos. Tiempo. Descanso. Comer. Tranquilidad. No recibir personas que no tenemos deseos de ver. Respeto por el momento y lo vulnerables que nos sentimos. Para que se vuelva natural hay que verbalizarlo. En silencio y en base al supuesto de que “se va a dar cuenta de lo que necesito” no llegamos a ningún lado.
Piensa lo que necesitas y dilo con claridad. Es un derecho humano. Aunque a veces parezca divino…
Bendiciones infinitas! Nunca estamos solas! MAMIS en TRIBU
Simone Seija Paseyro
Lectora de Registros Akásicos