Nos miramos fijo, a los ojos
Como nos miramos aquellos que nos reconocemos cuando nos cruzamos.
Me quedé inmóvil en el medio de la escalera, mientras se acercaba suavecito por el borde, saliendo de los árboles.
Me pregunté que querría de mí y rogué porque no apareciera ningún caminante que hiciera ruido y estropeara el encuentro.
Se puso en dos patas y se frotó las manos, como de toda la vida…
Y yo recordé que tenía unas galletitas de jengibre en la mochila.
Así comenzamos…
Yo estirando la mano y ella tomando con delicadeza el pedacito de dulce de entre mis dedos.
La niña que hay en mí vive en un mundo donde las ardillas están al mismo nivel que las hadas.
Porque en mi país no hay. Así de simple.
Pensé en los momentos sagrados que me tocaron vivir…y este resulta ser uno.
Hay una entrega tan grande. Una confianza. Un saber que no le vas a hacer daño.
Hay un encuentro tan pleno, tan gozoso, tan gratificante.
Hay una serenidad, una armonía, una belleza…
No sé si fueron minutos o segundos.
Cuando escuchó pisadas, se dió media vuelta y se fue.
Y yo dejé el resto de la galletita y seguí caminando.
Ojalá dentro de cada uno de nosotros exista siempre esa capacidad de volver a sentir la inocencia, la mirada fresca, la alegría.
Ojalá suceda afuera algo que espeje dentro esa comunión con todo lo vivo.
Ojalá nunca nos tengan miedo, ni se escondan, ni tengan razones para temernos.
Ojalá…
Cada día es un puzzle de pequeños sucesos. Permitir que se dé el milagro de sentirnos fuera del tiempo, pura alma, corazón terso…
Darnos permiso para creer/crear en nuestras propias hadas, aunque peinemos/pintemos canas…
Bendiciones infinitas. Nunca estamos solas…
Simone Seija Paseyro
Lectora de Registros Akásicos