Blog - Nunca estamos solas

MI SEGUNDO DIVORCIO. AMOR NO RIMA CON TEMOR.

Mi segundo matrimonio es un paréntesis en mi vida. Porque aunque me casé enamorada no tengo la menor idea de en qué estaba pensando cuando pasó.

Lo atribuyo a que en ese tiempo la situación con Micaela se llevaba un 70% de mi energía y con el 30 restante no me alcanzaba para vivir con lucidez.

Así que me encontré entrando de su mano en una iglesia de Minas, vestida con una versión mini de un traje de novia, al son de la música de Queen…It could be heaven for everyone.

Éramos los dos seres más disímiles que el mundo podía generar. Y que aquello no iba para ningún lado fue claro a los pocos meses. Sólo que para ese tiempo tenía certeza de que podía moverme si quería.

Previo a tomar la decisión caminé. Caminé tanto que la rambla no tiene secretos para mí. De punta a punta varias veces. Me levantaba temprano y me largaba a caminar. Pensaba y pensaba el cómo y el cuando. Porque la realidad es que le tenía miedo. Mucho. No me di cuenta hasta que me imaginé diciéndole que era mejor terminar lo que era obvio que no funcionaba.

Entonces apliqué lo que había visto hacer…el mismo estilo de terminar un vínculo tormentoso que aplicó mi madre con mi padre.

Un día, cuando se fue a trabajar, junté su ropa, la puse en bolsos, y se la llevé a su trabajo. Con mi madre de guardaespaldas. No fuera a ser que la cosa se pusiera turbia. Ese mismo día cambié la combinación de las llaves de la casa. Y mi vecina abogada inició el divocio por sola voluntad de la mujer, que en aquel tiempo era eterno. Algo así como año y medio.

Tomar la decisión fue lo que más me costó. Porque por cada momento de seguridad, asomaban otros tantos de duda. La lucha conmigo misma fue la tarea más ardua.

Y luego, en ese momento mi psicóloga consideraba que era buena cosa que me quedara en esa situación, para no abrir nuevos frentes y sumarlos a los que ya tenía. La palabra “miedo de la persona con quien vivo” no le activó ninguna alarma. Su preocupación era que tuviera una estructura que me contuviera. Sin tomar en cuenta que de esa supuesta contención venía el peligro. Porque miedo es sinónimo de peligro.

A diferencia que la primera vez en que tenía plena confianza en el género humano, esta vez mi inocencia había desaparecido.

Mi entorno se cerró a mi alrededor y me sostuvo.

Aunque es difícil a veces ayudarme, porque a decir lo que realmente sentía y necesitaba aprendí mucho tiempo después.

Una sonrisa en los labios y la presencia no son síntoma obligado de que todo está bien. Seguir adelante frenéticamente como si nada pasara, tampoco es sinónimo de que no nos importa nada.

Habemos un cierto tipo de mujeres que para mostrar la espalda quebrada tiene que sucedernos mucha cosa junta. Y aún así levantamos la cabeza lo suficiente como para que el observador de ojo poco entrenado confunda aserrín con pan rallado.

Mi gran aprendizaje, en esta oportunidad fue que cuando sentimos miedo de hablar con franqueza con la persona que supuestamente más compartimos, algo está funcionando mal.

Fue una gran lección, pero me llevé la materia a marzo varias veces. Porque ese concepto de amor/miedo como imposibilidad real de coexistir no me entró así nomás en el espectro cognitivo.

Fueron necesarias varias paredes puestas y golpes politraumáticos para que comprendiera que el entusiasmo inicial no se sostiene en la atracción sexual, la admiración intelectual o la necesidad de transitar la vida acompañada.

Cuando puse cada cosa en su lugar comencé a animarme a pensar que quizás, tal vez, fuera tiempo de cambiar de parámetros de movimiento afectivo. Que hay vida más allá de estar en pareja. Y que incluso…se puede pensar en estar sola…y ser feliz!!

Lo que no impidió que 12 años después volviera a entrar a un Juzgado para divorciarme. Sólo que esta vez lloré. Y mis testigos también…

Bendiciones infinitas! Nunca estamos solas…

Simone Seija Paseyro
Lectora de Registros Akásicos