MI CUASI FLOR DEL NENÚFAR
Micaela, pesó 3 kilos 30 gramos, y fue entregada en útero propio un 25 de diciembre. Que dejó de ser una fiesta tradicional, para convertirse en el día de mi vida.
La noche anterior mi abuela dijo que la panza estaba muy alta, y que sin dudas hasta el 6 de enero no habrían novedades. Pero Micaela decidió otra cosa, y para variar, logró lo que se propuso.
El nombre fue fruto de mucha charla. Porque el padre le quería poner Luz del Alba, por la cantante de ópera, y yo acoté que si ese iba de primero, el segundo sería Flor del Nenúfar por la amada de Saltoncito, de Paco Espínola.
El punto de encuentro se lo debe a Michelángelo, el de las tortugas Ninja. Que a su vez se lo debía a Miguel Angel, el pintor y escultor. Y como tantas cosas en mi vida, hoy le pondría exactamente el mismo nombre, sólo que por el Arcángel Miguel. Con lo cual, los caminos son sabios, infinitos, procelosos, a veces inexplicables, pero terminan conduciendo a los lugares que deben conducir.
No suelo festejar mis cumpleaños. Pero su padre sí. Y le transmitió con eso una tradición de celebración del día en que nació. Junto con su calidad de pelo, el cutis de porcelana de la bisabuela Pochola y su enorme capacidad para la dialéctica y el debate.
Por mi parte, además de la forma de los ojos y el andar de mi madre, parece ser que le pasé en los genes algo que no puedo definir muy bien, pero que su abuela paterna resumió un día que salieron juntas a andar en bicicleta por la rambla y Micaela defendía con mucha convicción sus puntos de vista. Una protesta viva de no querer hacer lo que no tenía ganas de hacer.
Margaret apoyó el pie en tierra y le dijo:
– Pero Micaelita, con ese carácter no vas a conseguir marido.
Y mi hija con 8 años contestó, muy segura de sí :
– Mamá pudo.
Con los años, sustituyó el hablar tanto, por pensar mucho. Con lo cual, cuando decide algo, sabe a lo que va. Lo suyo no son los saltos al vacío, tampoco lo eran los de su papá. Salvo el querer mucho que ella naciera, que ese fue uno doble, y el mejor que dio en su vida y en la mía.
Elijo creer que en algún no tiempo, en un no lugar, nos elegimos. Yo quise que ella fuera mi hija, tanto como lo quiero hoy. Y ella que yo fuera su madre. Pudiera parecer obvio, pero no lo es. Como con todos los amores, hay que reafirmar votos de tanto en vez. Y al hacerlo, me veo a mis 19 entrando en la sala de partos. Al retroceder 9 meses en el tiempo, puedo ver lo deseada que fue. Con lo cual, por este fruto del amor y del deseo de existir , tengo mucho para agradecer. A ella, primero que a nadie. Y a que haya predominado el vivir, querer y sentir por sobre toda otra circunstancia.
Bendiciones!
Simone Seija Paseyro
Lectora de Registros Akásicos