Eso que pasa cuando te la creés…
Sentados en la escollera sentíamos que al mundo nos lo comíamos en dos panes.
Hay algo de vértigo en el amor/deseo. Una sensación de “podemos con todo y lo vamos a lograr”, aunque todos los vientos soplen en contra y el cuerdo y el cauto nos griten al oído “Peligro, joder, ¿Qué no ves el peligro?”
Sentados en la escollera, vos me desgranabas todas las razones para asimilar que eso era una locura. Por lo tuyo, por lo mío, por lo de todos los demás.
Entonces dije fuerte y claro: “¿Qué es lo peor que puede pasar?”.
Y di inicio a los diez años más difíciles, tortuosos, crueles y evolutivos de mi existencia. Porque es real que creo que es en los tiempos duros que crecemos.
Lo peor que podía pasar pasó y superó todas las expectativas. Y una lección de humildad me quebró las rodillas en tierra, muchos años después que vos, la escollera, nuestro amor y nuestro deseo habían desaparecido de la faz de mi tierra.
Y de ese revolcón quedó una cierta cautela, pero tampoco tanta. Eso sí, no volví a repetir esa oración y mucho menos mirando el mar. Porque nunca como frente al mar una puede sentir que desafía al Universo entero. Y es innecesario desafiar, basta con hacer, vivir, sentir, crear, experienciar.
Humildemente.
Ser humilde no es rendirse. Es ser consciente Es conocer las propias limitaciones y debilidades y obrar de acuerdo con ese conocimiento.
Ya no agito los trapos rojos frente a los toros propios y ajenos. Me visto de invisibilidad y les paso cerca sin respirar. Que no hay necesidad.
Humildemente es no creérsela.
Porque en el momento que te la creés, algo te recuerda que la soberbia nunca es buena consejera.
Y que amarse no es tirarse a las piscinas sin agua, ni bailar en las cornisas.
Merecemos.
Escrito por Simone Seija
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