Blog - Nunca estamos solas

Dejan una huella que nos acompañará siempre.

“Podemos aprender a andar con menos equipaje, ser más ligeros, más livianos, más viajeros. Y más desapegados. A lo largo del camino de la vida hay quienes nos acompañan por corto o largo trecho y luego desaparecen. No debemos entristecernos, ellos dejan una huella que nos acompañará siempre.” Hania Czajkowski.

Duele. No hay con qué darle. Si el desapego es la escala máxima de la evolución espiritual, entonces me faltan años para salvar ese examen con 12. Porque amar y apegarse son una pareja que lleva la vida lograr que no se acoplen en cuanto los presentan.

Amar es jugársela, confiar, dejarse ir, saltar al vacío sin red debajo. Amar implica animarse, entregarse, vivir el presentismo más absoluto porque desde el momento que otro entra en el juego, perdemos el control. De eso se trata, de perder el control. Si lo mantenemos, no nos estamos dando plenamente, estamos retaceando, calculando, previendo. Y el amor no tiene espacio para medias tintas. Ni contempla a los tibios.
Apegarse es aficionarse a alguien.Y la afición , habla de afecto, pero daría la sensación que de uno muy pegajoso, del cual cuesta zafar. Apegarse me suena a indiferenciación, a pérdida de la discriminación, a ausencia del sentido de ser uno, a olvido de como se funcionaba cuando éramos unidad y no dupla.

Con lo que el punto ideal del amor, sería gozar de la presencia del otro, sin perderse. Pero sucede que lo idílico a veces se da de bruces con lo real.

Y el otro no es un príncipe azul sino un ser de carne y hueso. Diligentes como somos, salimos a buscar el mejor producto del mercado de nuestra psiquis para taparle los baches al tipo y a la relación. Y tratamos de pintarle de colores hermosos las paredes sucias, de unirle con el mejor pegamento las partes que no calzan. Solemos ser muy exitosos. Desaparecemos los agujeros,maquillamos las caras, disimulamos cicatrices. Inútilmente. El paso del tiempo los vuelve a poner en el mismo lugar. Podemos intentar una y mil vez el fashion emergency. Se empeñan en reaparecer, reapareciendo.

Cuando descubrimos que el objeto del amor, del jugarse, del confiar, del dejarse ir, del entregarse, se parece más al jarrón astillado de la bisabuela que varias generaciones han quebrado, que a la fina porcelana que pensábamos sostener frágil y pura entre las manos…duele. Pero más duele imaginarse la vida sin él. Porque el jarrón estaría deslucido, pero no era berreta del todo, en tiempos antiguos las cosas eran de mejor calidad, y aunque sea para ponerle flores adentro servía. Además, hace años que ocupa ese lugar, y es toda una transa redecorar el espacio. Ese rinconcito que no se mira mucho pero que vacío da pena.

Cuando empezamos una nueva etapa, sembramos nuevos proyectos, nos animamos a soñar con lo que realmente queremos, nos sentimos lo suficientemente fuertes como para caminar hacia lo que deseamos, vienen sobrando los productos que no sean de primera calidad. Es tiempo de picar las paredes y sacar la humedad, asfaltar los caminos y no emparchar, pulir lo que se pueda y deba hasta que las piezas del puzzle de la vida encastren porque es su lugar sin forzarlas. También es tiempo de despedirse del antiguo jarrón que hace tanto está en la familia, y traer uno que tenga que ver con nosotros, no con los gustos de la abuela, de la madre o de quien sea que nos haya precedido. Incluso nosotros mismos hace unos años. La Simone que precedió a la de hoy, elegía unos jarrones bien distintos a los actuales.

Duele. Tiene que doler. Si no doliera, algo no estaría bien dentro de uno. Pero termina sanando. Porque hasta el más humilde de los tejidos humanos, cuando nos lastimamos, con los días acaba cicatrizando. Entonces, si no se nos ocurre exigirle a ninguna parte de nuestro cuerpo que se apure en sus procesos de recuperación, ¿a santo de qué deberíamos forzar al alma a cerrar sus heridas antes de tiempo?

“A lo largo del camino de la vida hay quienes nos acompañan por corto o largo trecho y luego desaparecen.” Porque la muerte los lleva de nuestro lado, porque deciden que es tiempo de partir o porque los “partimos” nosotros. El resultado es el mismo. La ausencia. Sobre esa ausencia que duele, y a la cual hay que agradecer haber sido presencia, tenemos la opción de construir lo que queramos.

En mi vida se acumulan ausencias. También dolores. Que han dolido todo lo que han tenido que doler. No ha existido receta que los aminore. Pero aprendí que un día, igual a todos los demás, pero infinitamente diferente, el pecho deja de doler. La mente deja de bucear por los mismos recuerdos día tras día. El ánimo empieza a recuperar la tan ansiada lozanía. Y estamos listos nuevamente para empezar el mágico recorrido de encuentros y desencuentros, llegadas y partidas, despegues y aterrizajes, muertes y nacimientos. Porque la dicotomía original de pulsar y dejar de latir, es la que marca el pulso de la tierra, y a eso, no hay animal, vegetal, mineral o humano que pueda sustraerse. Por suerte.

Bendiciones infinitas! Nunca estamos solas!

Simone Seija Paseyro
Lectora de Registros Akasicos