Blog - Nunca estamos solas

Cada noche enciendo el arbolito…

Cada noche enciendo el arbolito, pongo música navideña y disfruto de un estado del alma que pertenece a diciembre, aunque me gusta creer que la puedo hacer durar todo el año.
Mi relación con la Navidad es como la de buscar el momento de mi vida para atesorarla y vivirla tal como lo deseara.
De niña, mis padres no se llevaban mutuamente con mis abuelos, con lo cual…lo pasábamos los tres juntos. Pero, eso no era lo grave. El tema es que después de las 12, salíamos a caminar por Santa Mónica, hacia el lado de la calle Rivera. Donde están, hasta el día de hoy, esas casas hermosas con jardines soñados. Decorados para la fecha y con una visión a través de las ventanas de una Navidad perfecta. Y mi padre empezaba con su letanía socio-político-existencial: “Parece mentira en lo que han convertido esta fecha. Un hombre da la vida por el género humano y lo viven sólo desde lo comercial.” Etc. Etc. Etc. Así que la fantasía se me iba por el humo de la chimenea más cercana. Un bañito de realidad con cinco años que te forma, que para toda la vida!
Pero podía empeorar. Cuando tenía siete, mis padres se volvieron profesantes de un culto religioso que no permite: celebrar cumpleaños, hacerse transfusiones de sangre, y un montón de vetos más. Ni que hablar… la Navidad era pecaminosa. Un árbol…impensable. Y ahí, se terminaron las Navidades.
Con lo cual cuando fui madre, me saqué el gusto. Árbol, regalitos, misterio de Navidad. Intenté que Micaela viviera todo lo que yo no había podido, y disfruté desde las vísceras la noche en sí misma, comprar los regalos previamente, organizar donde lo pasábamos. Además, ella era mi regalo especial de Navidad, porque nació el 25. ¿Qué más se puede pedir?
Entonces, cuando me divorcié de su padre, y luego vinieron los temas judiciales, mi noche más oscura no admitía arbolitos, ni celebraciones. Cada 24 era la esperanza muchas veces frustrada a último momento, de que ella apareciera y poderla ver. Lo que debía ser gozo se volvió tortura.
Así que ahora de veterana, la celebro como si fuera una niña. Me encantó estar en Edimburgo cuando encendieron las luces, ir al Mercadillo Navideño. Comprar nuevos adornos para el árbol y cuando llegué a mi vuelta, con la valija a medio desarmar…armar mi arbolito.
Hay una inocencia, una capacidad de gozar con lo pequeñito, que no tiene que ver con gastar dinero, ni con los “mercaderes” (me parece escuchar a papá, oh my god). Cada uno la vive como siente. Para muchos es momento de gastar, para otros de vivirla espiritualmente. Para algunos es reunión y celebración. Para otros recuerdo de mejores Navidades. Para quiénes se animaron y pueden la viven con quien aman. Y quiénes sacrificaron la vida y decidieron inmolarse la existencia no estando con quien desean estar, un recuerdo anual de que la vida es efímera-
Para mí son los colores. Las canciones. Las velas encendidas. Los humos que se elevan. Es alquimia. Es alegría. Es renovación. Es renacimiento. Es agradecer estar viva para contar el cuento. Es haber optado por no quedarme en situaciones que me hicieran sufrir, ni en reunirme por estar acompañada en número sino en corazón.
Hay una Navidad muy económica que no sabe de crisis. Es esa que vibra en mi corazón cuando me siento cada noche unos minutos a agradecer la Luz, el Amor, la Fe, la Armonía, en todas sus manifestaciones. La Navidad se lleva en el corazón…

Bendiciones infinitas! Porque nunca estamos solas!

¿Armaste tu arbolito? ¿Me lo mostrás?

Simone Seija Paseyro
Lectora de Registros Akásicos